La inteligencia artificial (IA) es una creación humana notable, una herramienta revolucionaria que ha demostrado capacidades sorprendentes, desde identificar patrones en grandes conjuntos de datos hasta simular el habla humana. Sin embargo, no debemos confundir estas habilidades con las capacidades de la mente humana. En su esencia, la IA está limitada por su verdadera naturaleza computacional y falta de una conciencia y experiencia afectiva, lo que la hace incapaz de pensar en la totalidad que constituye el origen del pensamiento humano.

Para comprender esta diferencia fundamental, primero debemos entender la totalidad del horizonte semántico que engloba más que los objetivos predefinidos en la IA. Cuando los humanos piensan, no sólo procesamos datos y tomamos decisiones basadas en cálculos; en lugar de ello, accedemos a una red rica y compleja de experiencias, emociones y significados. Esta totalidad es el marco inicial a partir del cual conformamos los hechos, y es intrínsecamente analógico, no digital.

El pensamiento humano es un proceso resueltamente analógico, enraizado en la esencia de nuestra existencia. Cada pensamiento que tenemos se entrelaza con nuestras emociones y experiencias, lo que nos permite construir una visión del mundo llena de matices y profundidades. Este elemento emocional es esencial para el pensamiento humano; es lo que nos hace vibrar ante una hermosa melodía o sentir escalofríos ante una historia escalofriante.

La inteligencia artificial, por el contrario, es incapaz de experimentar estas emociones. Carece de la dimensión afectivo-analógica inherente al pensamiento humano. La IA puede procesar datos a velocidades vertiginosas, pero estos datos nunca le conmoverán ni le harán sentir. Le falta la capacidad de experimentar la “carne de gallina” que puede provocar la primera afectación del pensamiento humano. Este es un ámbito en el que la IA simplemente no puede operar; no tiene corazón, no tiene patetismo.

El pensamiento humano parte de una totalidad que precede a los conceptos, las ideas y la información. Operamos en un campo de experiencia, donde cada nuevo pensamiento se construye sobre la base de experiencias y emociones previas. En contraste, la IA opera en un plano puramente lógico y matemático.

La totalidad de lo que existe, a la que se enfrenta al pensamiento humano, se abre inicialmente en un medio afectivo, en una disposición anímica. Nuestros pensamientos y emociones están intrínsecamente entrelazados, influyendo en la forma en que percibimos e interactuamos con el mundo. La IA, por otro lado, es apática. Calculo solo. No tiene pasión, no puede experimentar el entusiasmo o la desesperación que son partes intrínsecas del pensamiento humano.

Por último, el pensamiento del corazón, ese núcleo esencial de nuestra humanidad, percibimos y tantea espacios antes de trabajar con los conceptos. Nos permite intuir significados más allá de los hechos simples, captar sutilezas y entender profundidades. La inteligencia artificial, con su enfoque basado en datos y cálculos, carece de esta capacidad para percibir y sondear los matices del mundo.

En conclusión, aunque la inteligencia artificial es una herramienta poderosa con muchas aplicaciones valiosas, no debe ser confundida con una mente humana. La IA, por su misma naturaleza, carece de la riqueza emocional y la profundidad de la totalidad que caracteriza al pensamiento humano. Nosotros, como humanos, debemos recordar valorar y apreciar la complejidad y la riqueza de nuestra propia capacidad para pensar, sentir y experimentar el mundo.