A veces olvidamos que la idea de “gestión” no emana de la naturaleza, es algo inventado por el ser humano.

Pensemos por un momento en los grandes artistas y en cómo trabajaron. Gente como Pablo Picasso, Leonardo Da Vinci, o Miguel Ángel. A diferencia de nosotros como empleados, para ellos la motivación no fue nunca necesaria. Nadie les dijo nunca: “tienes que pintar este tipo de cuadro” “tienes que ponerte a pintar exactamente a las ocho treinta de la mañana” “debes pintar con la gente que hemos seleccionado para ti” “y debes hacerlo de esta forma” La idea parece totalmente ridícula.

Pero ¿saben qué? También lo es para nosotros. Así seamos, el contador, un repartidor de pizzas, un vendedor de autos o encargado del desarrollo de los empleados de la empresa, todos necesitamos tanta autonomía como un gran pintor.

Sin embargo, potenciar la autonomía no significa evitar la responsabilidad. Aunque tradicionalmente se ha creído que, si la gente es “libre”, se desequilibra y que el hecho de se autónomo es sinónimo de poca responsabilidad. En la actualidad, en esta era del conocimiento se parte de un supuesto distinto: presupone que la gente quiere ser responsable y quiere asegurarse de que se tiene el control sobre nuestro trabajo, nuestro tiempo, nuestra técnica, nuestro propósito.

Nacimos para ser jugadores, no peones. Estamos destinados a ser individuos autónomos, no autómatas individuales. Estamos diseñados para ser libres. Pero hay fuerzas externas – incluyendo la propia idea de que necesitamos “ser dirigidos”– que han conspirado para cambiar nuestro estado natural.

Analicemos el concepto de “empoderamiento”. Presupone que la organización tiene el poder y que, generosamente, vierte una parte de este en los “platos vacíos” de los agradecidos empleados. Esto es una forma de control ligeramente más civilizada. Es un simple “juego de autonomía”. Esta acción se limita a ampliar las vallas y abrir las puertas con menos frecuencia. Es algo parecido al “control disfrazado de oveja”.

Tal vez haya llegado el momento de echar los conceptos de “dirección y control” a la basura. La nueva economía no necesita mayor control ni una dirección mejor, sino el renacimiento al autodesarrollo y a la autogestión.