Una manera de orientar la vida hacia un fin superior es definir un propósito.

Lo que mejor nos conecte con lo que realmente nos motive hacer. Hacernos preguntas importantes son necesarias, pero no basta con ello. Y he aquí donde intervienen las preguntas sencillas y francas. Tengamos claro que, los propósitos y fines últimos no suceden de la noche a la mañana. Como sabemos los que hemos entrenado para una maratón, los que hayamos aprendido a tocar un instrumento o hayamos dirigido a un grupo de personas en un área bajo nuestra responsabilidad; se pasa mucho más tiempo luchando con tareas cotidianas y a veces complejas que recogiendo aplausos.

Para esto de mantenerse motivados hacia un propósito, hay que hacer algo cada día. Al final de la jornada simplemente preguntarnos sencilla y francamente, si hoy estamos mejor que ayer. ¿Hemos hecho algo más? ¿lo hemos hecho?, ¿lo hicimos bien? O quizá para ser más precisos, ¿hemos aprendido las tres cosas que dijimos que íbamos a aprender?, ¿hemos hecho las diez llamadas a clientes? ¿hemos tomado nuestras cinco raciones de fruta y verdura?, ¿hemos escrito nuestras tres páginas del artículo semanal? No es necesario ser ciento por ciento cumplido todos y cada uno de los días, pero si ir buscando pequeñas medidas de mejora constantes.

Un ejemplo sencillo y franco puede ser, cuánto tiempo hemos hecho ejercicio hoy día, o si nos hemos aguantado sin mirar el buzón de correo electrónico hasta que hubiéramos acabado de redactar el artículo de este viernes. Recordarnos a nosotros mismos y tener presente siempre, que no hace falta dominar todo lo que queremos lograr al tercer día, es la mejor manera de asegurar que sí se dominará en el día 2000. Así que antes de ir a la cama cada día, hacernos esa sencilla y franca pregunta: ¿He sido mejor que ayer?

No aprendamos malas prácticas de las organizaciones con las evaluaciones de desempeño, esos rituales anuales o semestrales que son parte de la vida empresarial poco agradable, son casi tan placenteras como un dolor de muela y tan productivas como una fila en un banco. A nadie le gustan, ni al que las hace ni al que las recibe; y no nos ayudan a dominar mejor nuestro terreno laboral, puesto que la retroalimentación suele llegar (si llega) seis meses después de haber concluido la tarea en cuestión. Imaginemos a Lionel Messi o a Nairo Quintana viendo sus resultados o leyendo sus críticas solo un par de veces al año. Y, sin embargo, los jefes siguen arrastrando a los empleados a sus oficinas para llevar a cabo estos incómodos y dolorosos protocolos.

Tal vez, una mejor manera de hacer las cosas, como planteo al inicio de este texto. Deberíamos efectuar nosotros mismos nuestros objetivos y evaluaciones de cumplimiento fundamentados en el propósito y en las acciones diarias que nos irán encaminando hacia él, ojalá dirigidas al aprendizaje y al fin superior; y luego una vez a la semana, “cítate” en algún sitio y evalúate. ¿cómo lo estoy haciendo? ¿en qué me he quedado corto? ¿qué necesito cambiar o mejorar? Veremos como iremos encaminándonos hacia el destino al que queremos ir.

En sencillas y francas palabras…

1. Establezcámonos metas tanto pequeñas como grandes, de manera que, cuando estemos en el momento de la autoevaluación, ya hayamos completado algunas.
2. Asegurémonos de comprender cómo todos los aspectos de nuestras acciones se relacionan con nuestro propósito.
3. Seamos brutalmente sencillos y francos.

Este ejercicio está pensado para ayudarnos en nuestro crecimiento diario y a alcanzar el dominio, de modo que, si justificamos los fracasos o pasamos por alto los errores en vez de aprender de ellos, estamos perdiendo el tiempo.