Lo cierto es que la tecnología ha tomado una relevancia sin precedentes en las organizaciones, y todo lo que se digitaliza deja de ser producto y se convierte en un servicio, razón por la cual las personas deben asumir un rol de protagonistas en las organizaciones.

Las empresas tradicionales están cediendo (queriendo o no) a nuevos modelos de negocio, sobre todo aquellos que son generados por disruptores que provienen de una industria distinta a la tradicional. Es decir, la competencia que “desmantelará” a un banco no será otro banco, vendrá de otra industria porque cambiará el modelo de negocio. 

Esto significa que las empresas están desapareciendo cada vez más rápido, por consecuencia, no habrá más empresas para toda la vida, ni empleo para toda la vida, ni habilidades para toda la vida. El empleo del futuro se basará en el trabajo mental y no en el trabajo manual. 

Es decir, se requerirá personal flexible, con capacidad de aprendizaje continuo y creatividad, y sobre todo, que sepan adaptarse al cambio constante como “su nuevo hábitat”. 

Así que lo queramos ver o no, la transformación digital en la que estamos inmersos y, siendo actores o simplemente espectadores de la misma, está suponiendo un cambio en la organización del trabajo, sin precedentes.

Siendo así, estamos obligados, a reinventarnos y a actualizarnos de forma permanente, porque el cambio y la transformación son constantes e incrementales.

Así que, cada persona tiene que ser el protagonista de su propio desarrollo. Es decir, las organizaciones no tienen la obligación de proporcionarles la educación y el desarrollo de conocimientos, porque hoy en día,  están disponibles para todos de forma ubicua y atemporal. 

En la forma cómo cada persona sea capaz de lograr el estado de autodesarrollo que cubra sus expectativas de nuevos conocimientos, es el momento en el que realmente toman las riendas de su crecimiento profesional, aportan valor a la transformación digital y por ende, a su propia empleabilidad y realización personal.