¿Por qué durante estas festividades, recibimos una sobredosis de mensajes, tarjetas virtuales o videos?

 ¿Cuáles son las razones por las que se ha instaurado esta fórmula de desearnos un feliz año nuevo, provista de narración, aunque ausente de compromiso? Dos minutos de imágenes épicas, una tipografía imitando la manuscrita y un lema. Bien, es verdad que aquellas felicitaciones de año nuevo con tarjetas físicas parecían la misma, pero, al abrir el sobre cerrado, el momento suspendido entre lo de afuera y lo de adentro, se sentía un soplo de intimidad incomparable. Ahora no se cómo lograr esa misma sensación.

Siento envidia de los amigos que siguen mandando felicitaciones de papel y que no son de empresas, comercios, ni de la frutería de al lado. Algunas iban con foto, otras con un dibujo infantil o una imagen, junto a unas letras escritas a mano, elegidas entre todas para ti. Y ahí está la paradoja: mientras el marketing digital vende la personalización, la pieza dedicada, la exclusividad para que te sientas miembro de un club privilegiado, con mensajes virtuales como el mio, hemos empobrecido la comunicación. Mi propósito de año nuevo: mas cara a cara y menos emoticones. Esto para disminuir el afecto multitudinario, disperso y pseudo-original, que entre nuestros contactos del teléfono reproduce la manera de actuar en las redes sociales.

En su cinta “adiós al lenguaje”, Godard, pionero en utilizar el vídeo allá en los setenta, alertaba del poder colonialista de la imagen en la comunicación: “Con el lenguaje va a pasar algo…” decía. Y sí que pasó. En este año, lo revertiré.

Por el momento, virtualmente te deseo un Radiante 2019