Un sentido de propósito da la sensación de éxito, sabiendo que estás logrando algo y llegando a algún lugar.

No recuerdo que otrora se recurriera a la parte emocional del ser humano. Antiguamente los productos eran de calidad o no lo eran, los servicios eran buenos o simplemente nos quejábamos y ya está. En aquella época en la que el producto o servicio tenía sentido mientras satisficiera una necesidad. Existía un equilibrio entre lo que se entregaba como producto o servicio y lo que podíamos esperar. Algo así como una cierta aceptación derivada de un mundo de necesidades indiscutibles.

Hoy en día el producto o el servicio en sí mismo, queda en un segundo plano. Ha pasado el tiempo y al parecer estamos bajando a la parte no visible del iceberg, al mundo de las emociones, de las creencias, profundas, sentimentales e incluso indescifrables. Bajo este escenario, todo es más difícil de interpretar. Un simple gesto, una mirada, una llamada a nuestra esencia como seres humanos. Estas son las fórmulas mágicas que se usan para vender.

Olvida lo de ganarte la vida con el sudor de tu frente. Ahora piensa en tocar el corazón de la gente. Sí, hay que ganarse la vida haciendo lo de siempre, lo que sea que te guste, pero bajo una causa con un sentido de propósito. Da igual que sea facturar horas a clientes por tus servicios (no hay por qué preocuparse, intenta nunca dar esa razón mercantilista) o una simple pasión personal. ¿qué quieres ir a correr una maratón o hacer el camino de Santiago?, Hazlo, por supuesto, pero por una causa responsable.

Esto es el marketing moderno, emotivo y que rompe corazones. Las empresas se visten de emoción, de propósitos, de causas, de aspiración. Hay que comprometerse desde lo más profundo. No encontrarás sentido a nada si no contribuyes a una causa con propósito. ¿Acaso no te has dado cuenta?, ¿no se te han enredado los cables entre el corazón y la mente? No puedes permanecer insensible. Hoy en día, cualquier empleado o empresa de bien, lo haría. No puedes ser una persona u organización sin alma.

Eso sí, los daños colaterales de diferencias abismales en compensación, los llamados de atención por no querer cumplir las normas básicas de la empresa o de la competencia o por vender nuestros servicios al mejor postor, por el simple hecho de vender, son ahora pequeños gajes del oficio con los que hay que lidiar. Lo que importa es que vamos a contribuir, a una causa. Conquistando el corazón de la gente, a ver quién lo tiene más grande: vamos a ser “disruptivos”, ahora vamos a generar emociones, propósitos y grandes aportes, que traigan la báscula y que pesen mi contribución.

En definitiva, por si no lo habían notado, el juego ha sido simple pero perverso. Primero dañamos el mundo, primero generamos maltrato laboral, primero provoco la enfermedad. Sin estas materias primas no habría negocio. Más allá de la transformación física de productos o de prestar servicios para este mundo moderno; más allá de estas banalidades, hoy necesitamos justificarnos con una causa y por un propósito. Son las reglas del negocio de las emociones. Bajo todas sus nuevas y posibles denominaciones. Pero nos están dando directo al corazón. O al menos eso intentan.

Hay que meterse en este juego, si al final lo que se haga redunda en que alguien viva mejor. Y, por supuesto, siempre hay causas que se lo merecen.