Mantén la boca cerrada, hasta que tus acciones comiencen a hablar.

Siempre he creído en estas palabras y hacen resonancia de una realidad significativa.

Las personas generalmente alardean de sí mismas a través de sus logros. Al hacer esto, terminas preocupándote más por tu imagen que por la verdad sobre quién eres en realidad. En lugar de que tus proezas sean las que hablen, terminas definiéndote a tí mismo con indicadores de prestigio externos, que son validados colectivamente y que supones que son los que esperas que te haga ganar respeto.

El problema con esto es que nos alienta, a tí y a otras personas, a tasar tu valor con base en una métrica absolutamente absurda. De repente, tus títulos y reconocimientos educativos formales eclipsan lo que realmente sabes y has aprendido.

Las aprobaciones basadas en el estatus eclipsan la atención sigilosa de enseñarnos a pensar y a crecer por nosotros mismos. Esto último debe ser la brújula que nos guíe, y creo firmemente que es lo que debe determinar quien eres, en qué quieres trabajar, cómo quieres hacerlo y con quién.