Recientemente, he reflexionado mucho sobre el valor real de la estrategia y la razón de por qué no ha evolucionado el proceso de definición.

Sé que es difícil imaginar a una gran empresa sin una estrategia. Pero pensar en estos momentos en estrategia de largo plazo, en un entorno tan incierto, cuesta trabajo entender su valor.

Siempre hay una obsesión por querer “atinar” el futuro de las organizaciones. Pero hoy… ¿Quién acierta?

El mito alrededor de la definición de la estrategia la mantiene en una posición absurdamente privilegiada y creo que es difícil bajarla de ese podio. Porque muchas organizaciones siguen pensando que sin estrategia no lograrán las metas.

Pensemos mejor en un proceso más fluido, encauzado hacia la acción. De esta manera, eliminemos el sentido milagroso que muchas veces envuelve, a lo que surge de esos dos o tres días en cónclave para “obtener humo blanco”.

El sentido estratégico y la ejecución siguen transitando por rutas diferentes. Pero en la segunda, las personas son protagonistas.

Preocupémonos mas bien, en las capacidades humanas, y no en tratar de descifrar un futuro cada vez más incierto. Creo que va más, con estos tiempos.