Si algo nos ha enseñado la pandemia es que el futuro es incluso menos predecible de lo que pensábamos.

Aunque predecir el futuro sigue siendo una ciencia imprecisa, nadie previó que una pandemia cambiaría y colapsaría radicalmente al mundo.

Cualquier empresa que se enorgullezca de serlo centra su crecimiento en una visión futurista. Si bien tienen algunos desaciertos, algunas de sus predicciones son correctas. Si bien el PIB o el ROI todavía se usan como una métrica confiable para medir el crecimiento, es posible que estos indicadores estén cerca de la jubilación. Hoy, los gobiernos y las organizaciones están cada vez más dispuestos a adoptar una visión de crecimiento que prioriza la cohesión social y el planeta. Esto significa que las empresas deben aprender a lograr más con menos o a trabajar para diferentes grupos de interés que no sean los accionistas.

Utilicemos como referencias la escasez, el crecimiento de la población, la digitalización, la desmaterialización y, por supuesto, el cambio climático, tendencias que cambiarán por completo todos los aspectos de la vida humana y de nuestra organización. No olvidemos que estos cambios conducirán a fricciones inevitables entre países, entre lo global y lo local, entre generaciones e incluso entre tipos de inteligencia, porque los humanos ya no serán los más listos del planeta.

No nos limitemos a prever un solo escenario de futuro. Consideremos los muchos futuros posibles para nuestra organización y asignemos probabilidades. Tampoco seamos demasiado optimistas, porque puede que la pandemia aún depare algunas sorpresas.

Siempre hay una manera de estar un paso por delante y, no solo predecir el futuro, sino, de forma proactiva: crearlo y moldearlo.