Hay una ilusión fundamental de la vida que nos dice, que los cambios abruptos en el entorno son peligrosos, que son malos y nos inmovilizan.

Hoy vemos a profesionales independientes que, aunque han tenido ingresos con cierta variabilidad, son bastante robustos y ágiles frente a cambios inesperados que los pueda dejar sin ingresos. Sus riesgos son claros y los gestionan.

Pero no pasa lo mismo con los que son empleados. Orgullosos pasivos, de no tener volatilidad salarial. Pero muchas veces sin estar preparados, se derrumban, tras una llamada telefónica del departamento de personal. Los riesgos de estas personas son mayores y no los gestionan.

En el caso del independiente, una semana o un mes con menos ingresos, le ofrece de inmediato una información sobre el entorno. Le anuncia la necesidad de encontrar otra fuente de ingreso, otra parte donde haya clientes o negocios, hace inclusive una revisión a su manera de trabajar. 

En el otro caso, los ingresos de un empleado son más vulnerables a las crisis y se pueden reducir prácticamente a cero, porque además casi nunca, tienen la precaución de prever un cambio abrupto que les permita tomar decisiones razonadas y sin la tensión que genera el estar desempleado.