Cambiar la forma y el enfoque de cómo miramos y analizamos cualquier aspecto que ha caído en lo rutinario, puede generar grandes innovaciones.

Para poder pensar de manera interdisciplinaria y crear innovaciones revolucionarias —o disruptivas, como las llaman muchos— tenemos que cambiar el lente con que vemos las cosas. Y para ello, muchos gurúes de la innovación sugieren que la clave para promover la innovación es enseñar a que nos hagamos las preguntas correctas. En lugar de pedir que resolvamos un problema específico, afirman, tenemos que enseñarnos a reformular el problema, y partir de una pregunta mucho más amplia, por ejemplo: ¿Cuál es nuestra meta final?

Un excelente ejemplo de cómo reformular la pregunta básica puede ayudarnos a ver las cosas de otra manera. Si nos hacemos la pregunta: ¿cómo mejorar nuestras universidades?, estamos limitando nuestra mente a pensar en cómo mejorar nuestros edificios de ladrillos, aulas, pizarras y sillas. Pero si en lugar de hacernos la pregunta de esa forma la reenfocamos sobre nuestra meta final, y nos preguntamos cómo hacer para educar mejor a nuestros a los futuros profesionales y prepararlos para el mercado de trabajo del futuro, lograremos llegar a soluciones mucho más creativas.
“Esta última pregunta abre toda una gama de posibilidades que pueden o no incluir a la educación tal como la conocemos tradicionalmente”, agregando que la segunda pregunta nos lleva a contemplar posibilidades como la educación no presencial, o las clases con modelos diferentes. “Si uno piensa sobre cómo resolver un problema en términos de las soluciones existentes, está limitando las potenciales soluciones a un statu quo defectuoso.”

Lo mismo ocurre en otras situaciones de vida. Si una empresa se pregunta cómo vender más, está limitando su esfera de pensamiento a cómo mejorar los productos que fabrica, agilizar sus redes de distribución, o mejorar sus estrategias de marketing.

Pero, en cambio, si se preguntara cómo aumentar sus ingresos y contribuir más a la sociedad, podría ampliar dramáticamente su campo visual y encontrar nuevos productos o servicios que jamás había contemplado. De la misma forma, si como personas nos limitamos a preguntarnos cómo podemos hacer para progresar en nuestros empleos, nos estamos limitando a una esfera de posibilidades muy reducidas. Quizás, deberíamos preguntarnos: ¿Qué puedo hacer para satisfacer mis necesidades económicas, mejorar mi calidad de vida y ser más feliz? Otra forma de cambiar el lente con que vemos las cosas es remplazar nuestra hipótesis de trabajo por una afirmación intencionalmente irracional.

Para lograrlo, sugiero poner “de cabeza” o negar en absoluto la hipótesis con la que estamos trabajando. Por ejemplo, en el caso de la pregunta sobre cómo mejorar nuestras universidades, con edificios de ladrillo, aulas, pizarras y sillas. ¿Qué pasaría si tratáramos de aprender sin ninguno de estos elementos? Al igual que cuando reformulamos la pregunta enfocándonos en cuál es nuestra meta final, poner una pregunta tradicional “de cabeza” nos puede abrir los ojos a soluciones revolucionarias. Cualquiera que sea la fórmula, lo cierto es que una de las claves para crear una cultura de la innovación es —como en las pruebas de visión cuando vamos al oculista— cambiar el lente con el que miramos las cosas. En las universidades, en las empresas, en los gobiernos, deberíamos incluir una rutina de estimular el análisis de los problemas desde varios ángulos, mediante el planteo de diferentes preguntas. Muchas veces, el secreto no está en la respuesta, sino en la pregunta.