Después de un año de distanciamiento social, uso de tapabocas y gran cantidad de personas trabajando desde casa, muchas empresas están ansiosas por que los empleados regresen a la oficina. Por un lado, quieren cuidar la salud de las personas y reducir el riesgo de contagio debido la prevalencia de la pandemia, pero, por otro lado, su motivación es justificar los costosos alquileres de oficinas y a que sus empleados asistan a reuniones y discusiones en persona, o simplemente poder volver a monitorear sus horas de trabajo. Pero obligar a los empleados a regresar a la oficina puede incrementar la ansiedad.

Cuando las personas no pierden horas en el tráfico, el tiempo libre liberado por los desplazamientos puede llevarlas a estar más descansadas, felices, sanas y productivas. Tal situación en la comunicación entre empleados y empleadores podría generar ansiedad en aquellas personas que no quieren, o aún no están listos, para regresar a sus lugares de trabajo físicos.

La ansiedad que se percibe por parte de los empleados quizás sea porque pueden estar pensando, que al no cumplir con los deseos de sus empleadores pueda interpretarse como una señal de desconfianza. 

A más de un año de trabajo (en la mayoría de los casos con bastante éxito) en confinamiento casi total, ha dejado obsoletos los argumentos de larga data de los directivos de que el trabajo remoto es menos productivo e insostenible. En todas las industrias, los empleados están cada vez menos dispuestos a retroceder y observar sus empresas arraigadas que se niegan a ver las oportunidades de un futuro laboral flexible. Cuando algunas empresas se han mostrado intransigentes, a algunos empleados no les tiembla la mano de emitir un voto de censura, a veces en forma de carta de renuncia, a pesar de las circunstancias.

Lo que las personas quieren, por supuesto, es continuar con cierta flexibilidad básica. Quieren menos trabajo bajo lineamientos estrictos en sitio y forma y más libertad para determinar dónde y cómo se realiza el trabajo. La negativa a encontrar nuevas formas de trabajar, la ansiedad, el malestar y las renuncias de las personas deberían ser una advertencia para las empresas: los trabajadores están desesperados por tener más autonomía sobre sus vidas. Anhelan más equilibrio y menos inestabilidad. Ellas también, de manera crucial, quieren trabajar. Pero quieren trabajar para lugares que hayan aprendido de esta etapa coyuntural, cambiado y que los traten como seres humanos y que inviertan en ellos y en su futuro. Las empresas que no brinden ese respeto y confianza, eventualmente, sus empleados encontrarán la manera de irse.

Si las empresas se ven incapaces de cambiar y proponer opciones de trabajo más flexibles, éstas pueden terminar perdiendo su mejor talento y los podrán ir a buscar nuevamente en lugares de trabajo donde encontraron mayor confianza y autonomía, con una comunicación más abierta y flexible.