Solemos consolarnos al pensar que el año nuevo siempre será mejor que el que ya pasó. Este irresistible optimismo es genético y da el mismo juego que las cenas, los bailes y los fuegos artificiales que aparecen con el cambio de año.

Hay una fuerza poderosa que agita los ánimos, pero no porque cambie el año, sino porque todos deseamos la renovación, es imposible no creer que el tiempo futuro vaya a ser mejor que el pasado, pero no por melancolía, sino por el positivismo que nos circunda. Sin embargo, los invito a que busquemos hacerlo con nuestras propias ideas y aspiraciones, porque las pantallas y pantallitas están sustituyendo al cerebro de forma exponencial. Una enorme cantidad de gente ya no piensa, reflexiona o juzga por sí misma, solo consulta y obedece. Es más cómodo, es más rápido, nos evita problemas.

Creo que ha llegado el momento de ir tirando a la basura todo lo que ha sido impuesto, popular, heróico, masivo, tópico o influenciado, durante el año que termina. El año nuevo tiene que ser mejor, pero más vale provocarlo, crearlo, estando alerta y dejando huella. Hagamos un año nuevo, pero con el cerebro limpio.